Hay algo en particular que me ha llamado poderosamente la
atención, y se repite avión tras avión, cualquiera sea la ruta, sin mayores
diferencias… cuando el avión va a despegar hay una alta necesidad de hacer
todas las llamadas posibles, enviar todos los mensajes, revisar todos los
correos electrónicos y redes sociales, tanto que la tripulación tiene que hacer
un esfuerzo particular en insistir en el riesgo, por demás comprobado, de su
interferencia con los instrumentos de navegación del avión.
Luego al llegar a la “altitud requerida”, en el momento en
que autorizan el uso de los equipos permitidos, se abre un mundo de conexiones
entre las “maquinas” y el “hombre” que sin duda para muchos son el mejor
invento para pasar estos ratos en los cuales no sabemos que hacer con nuestro
tiempo, perdiendo entre otras cosas, la posibilidad de conocer al ser humano
que tienes sentado a tu lado, quien se convierte en un perfecto extraño
conectado también con su equipo electrónico, o dependiendo de su cansancio con
el sueño.
De igual forma nos perdemos la oportunidad de conectarnos
con nosotros mismos, de reflexionar, meditar o incluso de soñar despiertos y
escribir, has leído bien, “escribir” nuestros planes, nuestros deseos, nuestras
peguntas, nuestros retos… nos hemos desconectado hasta de nuestras manos, prácticamente
algunas personas no escriben con lápiz, marcador o bolígrafo, todo lo hacen a
través de equipos electrónicos, obviando la maravilla de “maquina” que somos
como seres humanos, nuestro cuerpo maravilloso, que no ha podido ser replicado
por ninguna computadora, con sus innumerables conexiones, algunas aún
desconocidas por nosotros.
Es paradójico, cada vez estamos más conectados con personas que incluso no conocemos, con quienes construimos una relación de amistad, una conexión especial, que no podemos construir con las personas con quienes compartimos el día a día, y más aún con nosotros mismos.
Esta reflexión la hago desde mi propia desconexión, la cual
observé hace algún tiempo y decidí tomar el riesgo de reconectarme, vivir la
aventura de ver hacia adentro, de escuchar mi cuerpo, afinar los sentidos,
disfrutar el juego de descubrir o redescubrir que parte de mi cuerpo habla
cuando estoy alegre, triste, molesta; sentir al caminar en el parque como la
brisa me saluda, como el sol se acerca a mi piel, como el agua cae sobre mi o
sobre el camino… cosas sencillas de la vida que potencian exponencialmente la
capacidad de sentirte a ti mismo, lo que incide directamente en hacer crecer la
posibilidad de sentir al otro, a esa persona que tienes a tu lado, poder
acompañarla desde todo tu ser, con tu presencia, viviendo el ahora, allí
solamente allí, conectados desde el corazón.
¿Y cómo podemos comenzar a reconectarnos?... sumamente
sencillo, con nuestra principal herramienta como seres vivos, la respiración…
cuando decides respirar conscientemente, inhalando salud, amor y alegría;
exhalando preocupaciones, rabias y tristezas…. Cuando al respirar te concentras
solo en una palabra, la que escojas, permitiéndole a tu mente descansar un
rato, despejarla, para poder seguir con los retos diarios de la vida, cada vez más
centrado en lo que quieres, dedicándole cuerpo, corazón y mente, todos
integrados, siendo coherentes como seres humanos.
Te invito a disfrutarte, a explorar ese maravilloso mundo
que llevas en ti y que a veces no le prestamos atención, recuerda que no puedes
dar lo que no tienes contigo; desde el amor hacia ti, puedes amar con
profundidad a los otros; cuidándote a ti, puedes cuidar a tus amados
familiares, amigos, pareja, comunidad, país; desde tu conexión contigo, puedes
respetar a los demás, aun cuando no compartas sus creencias o decisiones; es un
camino desafiante, de múltiples sorpresas y retador… veras que cuando comiences
a disfrutarlo no querrás dejar de hacerlo, es una recompensa infinita desde la
abundancia del universo.
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